NO ES BERGOGLIO, AHORA ES FRANCISCO
Algo que ha cambiado, que marca centralmente toda la lucha política por venir en Latinoamérica, que es necesario tener en cuenta y analizar al detalle, es el hecho de que ya no es Bergoglio, sino que es Francisco. Es decir, ya no es un obispo, es el Papa. La opinión de un obispo es discutible, la del Papa no. Esto es lo decisivo a tener en cuenta. Si bien para la Iglesia Católica el Papa sólo es infalible en aquellos casos en que el Papa “se propone
definir como «divinamente revelada» una determinada doctrina sobre la fe o la
moral.”,[i] es un hecho que, en general para los
católicos y aún para los no católicos, es difícil no dar valor de verdad a la
palabra del Papa.
Teniendo
en cuenta que la Iglesia Católica forma parte de los grandes conglomerados
capitalistas del planeta, sólo se puede pensar que su misión es servir a esos
intereses del gran capital. Por lo tanto su accionar no estará destinado a
fortalecer la independencia política y organizativa de los pueblos, sino a usar
toda su autoridad ideológica para fortalecer la acción política de la derecha
mundial.
En
particular en América Latina Francisco I tratará de unificar a las oposiciones
destituyentes a los gobiernos populistas que han surgido en los últimos años en
América Latina.
La
pregunta es ¿cómo lo hará?
Difícil
prever todas las formas que adoptará esta ofensiva. Pero se puede afirmar que,
en todos los casos, usará el prestigio que tiene la palabra del Papa entre
todas las poblaciones occidentales católicas, y también, en alguna medida, las
no católicas.
Pensándolo
bien, quien se atreve hoy en día a decir en público cosas como “el Papa
miente”, “el Papa es corrupto”, “el Papa fogonea a la oposición destituyente”.
Lo que no pudo hacer Magnetto de unificar a la oposición de derecha en un frente
electoral, Francisco I tendrá muchas más posibilidades de lograrlo.
A
Bergoglio se lo podía discutir. Al Papa no, o en todo caso es mucho más
difícil.
Además
la Iglesia Católica posee en la Argentina y otros países latinoamericanos un
poderoso aparato de propaganda política, por la cantidad de edificios, por la
cantidad de oradores, por el dinero de que dispone, y por la fe de los fieles
católicos en el Papa. Nos estamos refiriendo principalmente a la misa de los
domingos en todas las iglesias del país. Basta recordar la enorme influencia
que tuvieron en la preparación del golpe del ’55. Con la enorme diferencia que
los sacerdotes y obispos que pronuncien el sermón dominical en las iglesias
hablarán, directa o indirectamente en nombre del Papa. ¿Quiénes, cuántos, se
resistirán a esa influencia? Sobre todo tratándose de Francisco I, un Papa
humilde, históricamente en contacto con el pueblo, sumándole en la misma línea
toda la imagen que se está construyendo de él.
El
vocero del Vaticano, Federico Lombardi, acaba de decir en conferencia de prensa
que las acusaciones contra Bergoglio de haber tenido una actuación blanda
durante la dictadura provienen de “una izquierda anticlerical” cuya meta
consiste en “atacar a la Iglesia”. Y se refirió muy claramente aunque sin
nombrarlo al diario Página 12. ¿Cómo lograr que la mayoría de la población
descrea de estas declaraciones del Vaticano? De un plumazo, se blanquea la
actuación de Bergoglio durante la dictadura.
El
desafío político es enorme: es muy difícil que la mayoría de la población se
independice de su creencia inamovible en el Papa.
Haciendo
una comparación con el juego de ajedrez, la derecha internacional ha puesto en
movimiento a la Reina, la pieza más versátil y poderosa de este juego. Es una
demostración de fortaleza de la ofensiva actual, pero de debilidad estructural
al mismo tiempo. Se apela a las reservas más importantes, si la Reina es
comida, la partida está perdida. Si el Papa fracasa en su ofensiva, la derrota
política de la derecha será muy grande. Pero hoy por hoy la peligrosidad de la
influencia del Papa plantea una batalla política extremadamente difícil, de
nuevo tipo.
Carlos
A. Larriera
16.3.13
[i] En la teología de la Iglesia
Católica Romana la
infalibilidad pontificia constituye un dogma, según el cual el papa está preservado de cometer un
error cuando él promulga, a la Iglesia, una enseñanza dogmática en temas de fe
y moral bajo el rango de «solemne definición pontificia» o declaración ex cathedra. Como toda verdad de
fe, ninguna discusión se permite dentro de la Iglesia católica y se debe acatar
y obedecer incondicionalmente.
Esta
doctrina es una definición
dogmática establecida
en el Concilio
Vaticano I de 1870. (Wikipedia)
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