lunes, 27 de junio de 2016

Aumentar la intensidad democrática



Aumentar la intensidad democrática



La crisis del FPV plantea interrogantes sobre la consistencia y la eficacia de la dirección política del movimiento de resistencia al gobierno macrista. El FPV es la dirección actual de la oposición, por más debilidades que tenga. Si su crisis llega al extremo de la completa desintegración, o queda reducido a un grupo minoritario de dirigentes, el pueblo se quedará sin dirección por un tiempo. Cuánto tiempo tardará en surgir una nueva dirección, si es que surge, y cómo evolucionará la resistencia si queda sin dirección, son interrogantes que hoy no se pueden responder.

El FPV no ha demostrado capacidad de dirigir e impulsar la resistencia. No tiene una presencia pública de CFK que plantee un programa y una consigna de acción que unifique y eleve el nivel de la resistencia. Para dirigir al pueblo hay que poner el cuerpo. A nivel masivo nadie del FPV lo hace. Sí lo hacen en reuniones a las que concurren dirigentes como Kicillof, Mariano Recalde, Sabbatella, Rossi, etc., que tienen una gran concurrencia. Pero ese trabajo de base necesita una dirección política pública y global. Y esta dirección necesita plantear una consigna que unifique y eleve el nivel político de la lucha popular. ¿Por qué debe luchar el pueblo? En las décadas del ’60 y ’70 era “luche y vuelve”. Todo se resumía a ese objetivo, todas las luchas parciales impulsaban la vuelta de Perón. Y eso motivaba y mantenía unida la lucha opositora a la dictadura de Lanusse. Era otra relación de fuerzas, otra crisis de menor intensidad que la actual, menor ofensiva del capital concentrado, etc., pero esa consigna unificadora era vital para el movimiento de resistencia. Hoy esa consigna unificadora falta.

Pero ¿qué consigna y qué programa deberían tener los nuevos dirigentes que eventualmente surjan, o incluso la actual dirección del FPV?

Tiene que ser un programa y una consigna de acción que responda a las necesidades objetivas de la población, y de una comprensión accesible a su nivel de conciencia actual. Un programa correcto pero que contenga consignas que estén muy lejos de ser comprendidas hoy por el pueblo es muy bueno como propaganda, es decir, va elevando la conciencia lentamente, pero no servirá para potenciar la lucha actual de la población y dar pasos sucesivos en la elevación del nivel político del pueblo.

La ex-presidenta CFK dijo que es una democracia de muy baja “intensidad”, la más baja desde 1983. Sería una alternativa empezar por ahí, impulsar la consigna de elevar lo más posible la intensidad democrática. El objetivo estratégico sería generar una revolución democrática, que es la necesidad objetiva de la actual coyuntura, y que se volverá una necesidad cada vez más apremiante a medida que la política destructora del macrismo vaya dando nuevos pasos.

La elevación de la intensidad democrática puede ser una buena consigna, que permitiría unificar políticamente todas las luchas, más allá de las pertenencias partidarias y de las diferentes ideologías de la resistencia.

Existe una barrera institucional que debe franquearse: los límites de la democracia burguesa, en los que se encuentran atrapados el FPV y la población en general. Por otra parte, el gobierno macrista es cada vez más dictatorial. Y lo seguirá siendo cada vez más, porque su política no cierra sin represión. Pero necesita no solamente represión, sino una represión que termine por desalentar la resistencia, reducirla a la impotencia, y de esa manera instalar el desánimo, la resignación y la apatía generalizada.

Hay una forma de evitar que esto suceda: que el pueblo encuentre una consigna de lucha que permita el éxito de la resistencia y la caída de la dictadura macrista, como pasó con De la Rúa, primer presidente en la historia argentina que renunció por la rebelión popular. La consigna estratégica sería la revolución democrática, pero se podría empezar planteando la elevación al máximo de la “intensidad” democrática. De esa manera el pueblo podría desarrollar su propio debate interno y se podría llegar progresivamente al convencimiento político de la necesidad de la revolución democrática.

El pueblo tiene derechos irrenunciables que no pueden ser restringidos por ningún tipo de instituciones, ni siquiera las de la democracia burguesa, las cuales tuvieron vigencia en buena medida, comparativamente, durante el gobierno anterior, y que este gobierno está pisoteando cada vez más.
Las masas necesitan agruparse, discutir, impulsar acciones, organizándose en forma espontánea, a la manera de las asambleas del año 2002, pero a un nivel muy superior de masividad, organización, discusión y elaboración política, y con la participación masiva y dirigente de la clase obrera. Esas asambleas podrían funcionar como centros de convocatoria y referencia para todo ciudadano que quiera participar activamente de la resistencia. De esa manera se podrán ir traduciendo a nivel político, todas las luchas parciales de la resistencia que se vienen realizando a lo largo y ancho del país, con la consigna unificadora de aumentar la intensidad democrática, y con el objetivo estratégico de la revolución democrática. Una democracia en que gobierne directamente el pueblo, cuyas decisiones se tomen día a día en lugar de votar una vez cada cuatro años.


Carlos A. Larriera

27.6.2016







sábado, 18 de junio de 2016

La corrupción es inherente al capitalismo

La corrupción es inherente al capitalismo



Los políticos, economistas y comunicadores que responden al capital en general y al capital concentrado, utilizan con frecuencia la corrupción en abstracto como causante principal de los males sociales. La alianza De la Rúa-Alvarez basó su campaña electoral en la promesa de que en su futuro gobierno se eliminaría la corrupción, dando a entender implícitamente que con eso desaparecerían todos los males producidos por anteriores gobiernos. Chacho Alvarez renunció por el escándalo de corrupción de las BANELCO.

El actual gobierno adjudica al anterior todos los males que su política actual está provocando en la población, despidos, tarifazos, etc. Y la explicación es que en la época kirchnerista reinó la corrupción y que se robaron todo. Cuando se le pregunta a la gente de a pie qué es concretamente lo que se robaron, por toda respuesta se recibe el silencio, o en todo caso frases como ¿qué es lo que no se robaron?, lo que es otra forma de no responder. Simplemente han dado por cierto lo que la propaganda mediática viene instalando durante el anterior gobierno y con mayor virulencia en el actual. Como ejemplos se daban los de Boudou en su momento, luego el de Lázaro Baez, y actualmente el de José López. En el caso de los dos primeros todavía no hay sentencia judicial. De cualquier manera son solamente casos individuales, en todo caso delitos que no perjudican a la población en general, como fueron las privatizaciones en la época menemista en los ’90. A pesar de toda la propaganda mediática, en el caso de comprobarse fehacientemente no alcanzan para adjudicarle todos los males actuales a la corrupción del gobierno anterior.

Lo que se oculta es que la corrupción es inherente al capitalismo. Es lo que aceita su funcionamiento. El capitalismo no puede funcionar sin corrupción.

Son los capitalistas los que corrompen a los funcionarios de los distintos gobiernos. Si hay alguien que acepta una coima es porque hay otro alguien que se la ofrece. El capital compra todo con dinero, inclusive los favores de la administración estatal. Aún cuando asuma un gobierno integrado por demócratas de trayectoria impecable en cuanto a su honestidad, difícilmente todos resistan a las presiones monetarias de los capitalistas que buscan, de esa manera, aumentar sus ganancias. El capitalismo funciona así. Y será siempre  así mientras exista el capitalismo.

El gobierno anterior, pese a todos los esfuerzos del capital concentrado para corromperlo, ha resistido mucho más que otros estas presiones, al mismo tiempo que ha utilizado el presupuesto nacional para realizar una de las mayores obras de infraestructura de la historia argentina, y gran cantidad de beneficios sociales, lo que deja poco margen para “robarse todo”. Esta resistencia del gobierno anterior a los intentos del capital concentrado de corromperlo es una de las razones del odio de éste último, y de su transmisión de ese odio a gran parte de la población.

La inmensa mayoría de los integrantes del actual gobierno, y de los grandes capitalistas por él representados, son los más corruptos, lo que tienen su fortuna fuera del país, en gran medida en paraísos fiscales, como lo denunciado en Paraná Papers, etc. Ellos sí se robaron y se roban miles de millones de dólares, con toda impunidad, protegidos por la gran prensa mediática, gran parte del poder judicial, etc. Y son estos grandes ladrones de miles de millones de dólares los que quieren acusar al gobierno anterior de corrupción generalizada utilizando a José López por robar entre 5 y 10 millones de dólares.

Es un engaño al pueblo hacerle creer que el problema de todos sus males es la corrupción. Es una manera de encubrir que la verdadera culpabilidad es de la empresa privada, la empresa capitalista, en particular hoy en día el capital concentrado. Estas empresas, los dueños del dinero, son las que generan la corrupción. No podría haber funcionarios corruptos si nos los corrompen los que tienen dinero. Son los voceros de este capital los que instalan la corrupción en abstracto como la causante de todos los males sociales.

Que la corrupción es inherente al capitalismo no es ninguna novedad pero la propaganda mediática se realiza igualmente como si no se hubiera enterado.

Ya Federico Engels había escrito que la democracia burguesa es la forma más perfecta de dictadura de la burguesía porque “la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero de un modo más seguro. De una parte, bajo la forma de corrupción directa de los funcionarios, de lo cual es América[1] un modelo clásico, y de otra parte, bajo la forma de alianza entre el Gobierno y la Bolsa[2]”.[3]

Carlos A. Larriera

19.6.2016




[1] Probablemente se refiere a Norteamérica.
[2] Seguramente se refiere al gran capital en general.
[3] Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, Planeta-Agostini, 1986, pág. 295.

martes, 14 de junio de 2016

Y nosotros ¿qué hacemos?

Y nosotros ¿qué hacemos?




Podemos acusar a la izquierda actual, tanto a la argentina como la mundial, de no cumplir el rol político que deberían cumplir. Podemos hacer algo similar con el kirchnerismo por sus intentos de mejorar la vida del pueblo pero limitado a buscar realizarlo dentro de la democracia burguesa, pero… ¿Nosotros qué hacemos?

Es evidente que así no se puede vivir, que hay que cambiar sustancialmente el funcionamiento de la economía, las instituciones, etc. Nosotros hacemos algunas cosas, como movilizarnos, escribir, etc., pero como trasfondo debemos reconocer que hasta cierto punto las iniciativas superadoras de la actual situación provengan de otros, los líderes, los grandes dirigentes. Como parte del pueblo esto es normal, pero también implica evitar buscar nosotros las grandes estrategias que esperamos de futuros dirigentes, y criticamos a los actuales por no ser todo lo que deberían ser. Y esa reflexión es necesaria, imprescindible. Hay que preguntarse cuál es el camino, cual es la estrategia correcta, y trabajar por su concreción, aunque nuestro trabajo sea pequeño, pero tiene que estar destinado a desarrollar esa estrategia, a concretarla en los hechos.

En este sentido hay un planteo que es obligatorio para todos los que queremos cambios sustanciales en nuestras condiciones de vida: ¿se puede lograr este objetivo dentro del capitalismo o es imprescindible expropiar al capital? Y en el caso de opinar por esto último ¿se puede hacer gradualmente, con sucesivas reformas, o es imprescindible la revolución social?

Sin respondernos nosotros mismos estas preguntas no tenemos estrategia posible. Y por más que no seamos individualmente grandes dirigentes tenemos que tener una respuesta para esas preguntas. De lo contrario, hasta cierto punto y en cierto modo, estamos esperando que surjan grandes dirigentes con propuestas, estrategias, casi mágicas, inéditas, novedosas, que nos permitan cambiar la sociedad. Cualquier política que impulsen los futuros grandes dirigentes tiene que partir de una respuesta a esa pregunta, no hay forma de eludirla. Y nosotros como pueblo debemos tener un juicio crítico en ese sentido, y no aceptar hermosas promesas que eludan esa respuesta.

Los verdaderos socialistas, obviamente, sabemos que sin revolución social no es posible cambiar la estructura profunda de la sociedad.

Una mirada a los problemas de nuestro país nos ayudará a bajar a tierra estas reflexiones.

Hay estructuras económicas que es imprescindible cambiar si pretendemos un funcionamiento de la economía, aunque todavía sea capitalista, compatible con un mejor nivel de vida del pueblo.

En primer lugar la gran propiedad agraria. Tradicionalmente se ha hablado de la oligarquía terrateniente, refiriéndose a los grandes propietarios de campos que vivían de las divisas —hoy fundamentalmente dólares— de las exportaciones agropecuarias, usufructuando el trabajo natural de la tierra por tener la propiedad privada de la misma.

Hoy ha habido una evolución. Estos terratenientes tienen hoy también industrias, bancos, empresas financieras, grandes comercios, en sociedad con otros capitalistas, especialmente con grandes capitales locales y extranjeros. La mayoría de las grandes familias terratenientes siguen existiendo de esta manera. Sin reforma agraria, sin reparto de la propiedad agraria en multitud de pequeños propietarios o usufructuarios, no hay posibilidades de un desarrollo capitalista “democrático” y “sustentable”.

Los grandes propietarios de campos siempre quisieron que los gobiernos les dejaran las manos libres para apropiarse del 100% de las divisas provenientes de sus exportaciones y con ellas comprar en el exterior todo lo que necesitaran. Toda limitación a esta libertad irrestricta los enfurecía y enfurece, consideran que el Estado se apropia lo que es de su legítima propiedad.

No hay que olvidar que la gran propiedad agraria viene de muy lejos, desde los conquistadores españoles en la época colonial, pasando por los que especularon con la enfiteusis de Rivadavia, y llegando a la “Conquista del desierto” por Roca, por encargo y financiamiento de la Sociedad Rural de aquel entonces, cuyos principales miembros se apropiaron de la mayoría de las tierras “conquistadas”.

Sin divisas —dólares— no se puede comprar nada fuera del país, y ningún país puede crecer y desarrollarse solamente con su producción local.

Si los grandes propietarios agrarios quieren todas las divisas de sus exportaciones, sólo pueden vivir ellos, excluyendo al resto de la población. En realidad un país para ellos solos es en lo que siempre creyeron. Pero el crecimiento poblacional los colocó en una situación insostenible sin promover gobiernos dictatoriales.

Pero no es solamente la gran propiedad agraria el problema. El comercio exterior de los productos agropecuarios lo manejan un puñado de empresas extranjeras asociadas con estos terratenientes. Esto provoca todo tipo de distorsiones económicas que hacen inviable un funcionamiento de la economía mínimamente “sustentable”.

Otro problema insoslayable es el predominio de la gran banca privada, mayoritariamente extranjera, que es socia de toda esta operativa de los grandes terratenientes y exportadores. Los bancos son, entre otras cosas, autopista de la elusión y la fuga de divisas.

Es necesario, por lo tanto, la estatización de los bancos. Aclaremos que si bien esto constituiría un gran paso adelante, imprescindible, no soluciona el problema de la corrupción permanente que generan los grandes capitales en el aparato estatal.

La reforma agraria, la estatización del comercio exterior y los bancos son medidas imprescindibles, pero muy difíciles de concretar dentro de los marcos institucionales de la democracia burguesa. No hay forma de afirmar que su completa realización se pueda llegar a lograr con esa limitación. En todo caso, lo que se pueda avanzar en ese sentido requerirá sin lugar a dudas una gran lucha del pueblo, una elevación de la conciencia muy profunda hacia la comprensión de estas necesidades, y grandes movilizaciones populares; y, por supuesto, un gobierno democrático burgués que tenga intenciones de realizar estas reformas radicales.

Volviendo al tema de la introducción, si nosotros, como ciudadanos comunes, no tenemos conciencia de estas necesidades, no podremos impulsar correctamente el surgimiento de auténticos nuevos dirigentes, ni de evaluar si las propuestas estratégicas de éstos constituyen el camino correcto.

Carlos A. Larriera


14.6.2016