Las
“masas”, insoportable enemigo histórico para la oligarquía terrateniente
“De acuerdo al Diccionario de la lengua española,
en su avance de la 23ª edición, la oligarquía tiene dos definiciones: forma de
gobierno en la cual el poder político es ejercido por un grupo minoritario; y
grupo reducido de personas que tiene poder e influencia en un determinado
sector social, económico y político.”[1]
“A lo largo de la
historia, las oligarquías han sido a menudo tiránicas,
confiando en la obediencia pública o la opresión para existir. Aristóteles fue pionero en
el uso del término como sinónimo de dominio por los ricos, para el cual otro
término comúnmente utilizado hoy en día es la plutocracia.”[2][3]
En base a estas definiciones, si bien el término “oligarquía”,
en el sentido que le dio Aristóteles, es el que abarca mejor su significado, es
necesario subrayar que “las masas” como enemigo histórico es un sentimiento particularmente
arraigado en la oligarquía terrateniente argentina.
En su libro El paraíso
terrateniente, Milcíades Peña proporciona ya desde el título una definición
adecuada de la clase terrateniente.
El territorio de la América Española primero, después el
Virreinato del Río de la Plata, finalmente la República Argentina, perteneció
desde el principio, de una manera u otra, a un reducido número de
terratenientes.
Si se compara este inmenso territorio (limitémonos al de
nuestro país) con la escasa población relativa, la denominación Paraíso terrateniente salta a primera
vista.
Propietarios de una inmensa renta agraria[4],
lo cual implicaba el acceso a una enorme cantidad de divisas, primero libras
esterlinas y luego dólares, fundamentalmente, explotando a una población
comparativamente escasa que no podía ofrecer mucha resistencia, y con la
posibilidad de adquirir en Europa todo lo necesario para construir sus grandes
cascos de estancia, y todos los productos necesarios en su época, evidentemente
estaban en un paraíso.
El paulatino crecimiento de la población, debido no sólo a
causas biológicas, sino a la inmigración, a la necesidad de mano de obra, entre
otras causas, trajo consigo reclamos de derechos sociales con una fuerza
creciente a medida que la población aumentaba.
La oligarquía no podía evitar este crecimiento, por más
represión que ejerciera, porque de una manera u otra, para el campo, para la
industria (por más pequeña que ésta fuera), para la administración del Estado,
para las obras de infraestructura, para las guerras, etc., el trabajo humano
era imprescindible, y aumentaba permanentemente.
La posición original de la oligarquía terrateniente,
propietaria de inmensos territorios y obteniendo abultada cantidad de divisas
en base a su renta agraria, prácticamente sin trabajar, ese paraíso siempre fue
considerado su derecho y su propiedad, y fue permanentemente añorado a través
del tiempo, reclamando en todos los tonos contra el “despojo” de sus derechos
por la creciente población.
Se refleja adecuadamente esta ideología en el final de la famosa
película Lo que el viento se llevó, ultrarreaccionaria
y defensora de la producción terrateniente esclavista en EEUU, que cierra con
la exclamación de la protagonista: ¡Tara!
¡Tara!, el nombre de la desaparecida mansión de su familia esclavista,
prometiéndose a sí misma reconstruirla con todo su poder y todo el “paraíso de
vida” que para ella significaba.
En el conflicto del campo en 2008, a raíz de la implantación de las retenciones
móviles, era usual escuchar en las movilizaciones “del campo” declaraciones en
TV de miembros de las familias terratenientes tradicionales protestando
airadamente: “¡¡nos están quitando lo que
ES NUESTRO!!”, cómo si la renta agraria fuera fruto de su trabajo.[5]
Para poder disfrutar de la renta agraria hay que ser dueño de
la tierra. Aquí nos encontramos con algunos aspectos fundamentales que tienen
que ver con la propiedad de ésta.
En un sentido general la tierra sólo puede ser “propiedad”
del conjunto de la humanidad. Si se lo piensa bien, no puede haber otro
sentido. De lo contrario la generación anterior podría decirle a la siguiente:
“esta tierra es mía, no hay para vos”. Es evidente el absurdo de esta posición.
El único “derecho” alegado es haber “comprado” (los grandes latifundios son más
producto de alguna forma de robo que de compra) antes la tierra. O sea que los
que vienen después han perdido todo derecho. Y como siempre se producen nuevas
generaciones, por una cuestión biológica, poco a poco la inmensa mayoría de la
humanidad no tendría derecho a la tierra. Que es, digamos de paso, lo que está
pasando.
Lo que sí hay derecho es al usufructo de la tierra, pero éste bajo determinadas condiciones, reduciendo
el usufructo individual a medida que existen más personas en el mundo, y que se
le extraiga a la tierra la potencialidad productiva que tiene, etc.
A largo plazo no podrá existir el derecho al usufructo
individual tampoco, porque no habría tierra suficiente para repartir en una
humanidad creciente. Deberían formarse cooperativas u otras organizaciones
similares para explotación agropecuaria.
Hay una falsa ideología que dice que solamente se puede
disfrutar del campo, tanto de sus paisajes, de sus bellezas naturales, como de
su explotación, si se es propietario de ellos. Poco a poco debería salir a la
luz que el disfrute no depende de la propiedad individual de la tierra.
El crecimiento colectivo de la humanidad exigirá cada vez más
el aprovechamiento colectivo de la tierra.
Por otro lado, volviendo a la clase terrateniente, y en
relación a su queja “nos roban lo que es nuestro”, ni siquiera sus campos se
han originado en la compra de ellos. Son producto del saqueo, por lo general a
costa de sangre, uno de cuyos capítulos más sangrientos y genocidas es el
reparto de la tierra, después de la eufemísticamente llamada “Campaña del Desierto”
de Roca, entre los miembros de la Sociedad Rural presidida en aquellos tiempos
por un Martínez de Hoz.[6]
“Nos robaron lo que es nuestro” no se verifica, ni por la
compra de las tierras, ni por el trabajo que se realiza en ellas, ya que la
mayor parte de las ganancias es renta
agraria.
El poder de la clase terrateniente ha condicionado todas las
posibilidades de desarrollo industrial e inclusión social del país desde que
éramos colonia de España.
Hoy en día, no solamente la producción agropecuaria es una
combinación de la clase terrateniente tradicional con grandes capitales
nacionales y extranjeros, sino que la exportación está en manos de empresas
privadas extranjeras. A esto se suma la utilización de la subfacturación de
exportaciones, que permite que la mayor parte de los dólares recibidos por
ventas al exterior permanezcan en cuentas corrientes en bancos de los
exportadores y terratenientes-grandes capitalistas en el extranjero. Como
mínimo, los bancos y el Estado miran para el costado en esta subfacturación de
exportaciones. También hay que tener en cuenta que gran parte de las divisas
que ingresan, los grandes propietarios del campo y las empresas exportadoras
extranjeras vuelven a enviarlas al exterior, para lo cual los bancos operan
como “autopista de la fuga de divisas”.[7]
En la discusión política y económica el problema de la clase
terrateniente ha desparecido. No figura en ningún programa la reforma agraria.
Han sabido pasar desapercibidos para gran parte de la población, a través del
último siglo, lo cual es una gran victoria para ellos.[8]
A pesar de este enorme poder económico y financiero, sienten
como una maldición y una injusticia, como una restricción a su viejo paraíso
terrateniente, el paulatino aumento de la población, que no han podido ni
pueden parar, y que trae aparejada la lucha por los derechos democráticos,
sociales y económicos de la ciudadanía. El ocultamiento de su rol determinante
en la economía y la política del país ha sido una de las formas elegidas para
preservar sus privilegios.
En gran medida el originario paraíso terrateniente sigue
existiendo, ocultado a la opinión pública con eufemismos como “el campo” durante
el conflicto del 2008, ya que bajo esa denominación se incluyen terratenientes,
propietarios medianos y pequeños productores cuyos intereses son muy
diferentes.
La oligarquía terrateniente siempre luchó contra la “invasión”
del pueblo a su paraíso. Los golpes militares contaban habitualmente con su
participación, pero tarde o temprano la población volvía a recuperarse y
aumentar su crecimiento demográfico. La actual ofensiva contra el pueblo tiene
muchas coincidencias con esa política histórica de la clase terrateniente.
Hasta dónde podrá llegar y cuán eficaz será la resistencia del pueblo tiene un
diagnóstico incierto.
A pesar de toda su resistencia, el “paraíso terrateniente”
con su enorme poder, ya no está solo. Hasta ahora, y al menos hasta cierto
punto, se ha visto obligado a “soportar” los derechos económicos y políticos de
una creciente población, con nostalgia por los tiempos pasados en los que disfrutaban de la
propiedad de sus campos en un país en buena medida desierto si se relaciona la
cantidad de población con la extensión de nuestro territorio.
Carlos A. Larriera
30.6.2019
[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Oligarqu%C3%ADa, Oligarquía.
[2] Ídem
[3]
“Lo que diferencia la
democracia y la oligarquía entre sí es la pobreza y la riqueza. Y
necesariamente cuando ejercen el poder en virtud de la riqueza ya sean pocos o
muchos, es una oligarquía, y cuando lo ejercen los pobres, es una democracia.”
Aristóteles, Política, págs. 173/174,
Editorial Gredos, 1988.
[4] ¿Qué es la renta
agraria? Es un ingreso que “proviene” del “trabajo” de la tierra y no del
trabajo humano. Y el concepto de ganancia se refiere a un producto del trabajo
humano, Carlos
A. Larriera, Renta Agraria y retenciones,
suplemento CASH, Página 12, domingo 8.8.2010.
[5]
Ídem.
Domingo 12 de septiembre
de 2010, Cine, Awka Liwen, Un notable documental dirigido por Mariano Aiello y
Kristina Hille, Voces para una historia
de exterminio, La voz de Osvaldo Bayer es el apropiado hilo
conductor en un film que no se limita a las “cabezas parlantes” para analizar
el plan que eliminó a los indígenas para quedarse con sus tierras, Por Oscar Ranzani
[7] Ver Informe Final Comisión Especial de la
Cámara de Diputados, Fuga de Divisas en
la Argentina, Ediciones FLACSO y Siglo XXI editores Argentina, en especial
pág. 44.
[8] “Este ha sido un gran triunfo cultural de
la oligarquía, que logró ocultar el tamaño desmesurado de sus latifundios,
mimetizándose con los pequeños productores. Así, todavía hoy se ve a grandes
terratenientes simulando ser humildes labriegos que transpiran la gota gorda
del trabajo rural cotidiano.” Pedro Peretti, Mempo Giardinelli, La Argentina Agropecuaria, Propuestas
para una agricultura nacional y popular de rostro humano, prólogo de Adrián
Paenza. Ediciones Contexto, agosto 2018. Págs. 13/14.
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