¿Cómo
puede ser que perdimos?
¿Cómo puede ser que perdimos? ¿Dónde estuvo el
error? ¿Qué es lo que se hizo mal?, son las preguntas que se están haciendo
todos los que votaron al Frente para la Victoria.
La respuesta más general a estas preguntas es que
dentro de los límites de la democracia burguesa, enmarcados dentro de las
actuales instituciones democrático burguesas fue muy difícil evitar
acontecimientos como el que pasó, la derrota electoral.
No era imposible, se podría haber logrado otro
período presidencial, lo cual hubiera dado tiempo para profundizar los avances
logrados, elevar para muchas más personas la conciencia de la realidad, y
aumentar las posibilidades de ganar otra futura elección.
Debido a los límites de la democracia burguesa una
derrota electoral siempre será una amenaza latente. De la misma manera que
también estaría en permanente riesgo la interrupción del actual “proyecto” por los
muy diferentes ataques que llevaría adelante la oposición de derecha.
Antes que nada hay que reivindicar todo lo logrado
por doce años de gobiernos kirchneristas. No corresponde reseñar aquí todas las
mejoras obtenidas, hay que subrayar que la política de hacer obras a favor del
pueblo fue una estrategia muy acertada que construyó al actual kirchnerismo como
tal, impulsó el surgimiento de una masa muy importante de la población que
adhiere fervientemente a todo el proceso de reformas, que se moviliza y lucha
por mantenerlas y mejorarlas, personas honestas, realmente comprometidas con los
esfuerzos por avanzar con el “proyecto”. Ese capital humano es un tesoro que
hay que preservar a toda costa. Y el requisito más importante es mantener la
unidad en la lucha.
Los méritos de Cristina y sus mejores
colaboradores son varios. Por primera vez desde un gobierno se hizo tanto para
elevar la conciencia del pueblo. Los discursos de la presidenta y muchos de sus
ministros denunciaron al principal enemigo, el capital concentrado, explicaron
muchas de sus maniobras y resistieron muchas de sus embestidas. Nunca antes había
sucedido nada igual; no con la dimensión y la claridad con que se habló y actuó
desde el gobierno. Algo similar en el caso de los derechos humanos. Ahora el
pueblo sabe muchas cosas que antes no sabía, y orientará su lucha ayudado por
esos conocimientos.
Por otro lado, el gobierno se mantuvo a favor del
capitalismo, pero “de crecimiento con inclusión social”, reivindicó la
conciliación de clases y en ese sentido colaboró en mantener la confusión en
las conciencias populares.
Una pregunta surge inevitable: ¿Cómo se puede
dejar el aparato estatal burgués en manos de los representantes más
encarnizados del capital concentrado? ¿Cómo se puede dejar el gobierno por
respeto a las formalidades burguesas electorales?
La garantía de la democracia no radica en que haya
límites en la reelección, sino en asegurar que la población tenga el acceso más
absoluto a la información que le permita conocer la realidad tal cual es, de
esa manera no puede equivocarse en el voto.
El kirchnerismo es la continuación de la ideología
de la JP del ’70,
de la JP en
general, la creencia que se puede lograr la “justicia social” dentro del capitalismo; lo inédito es
que fue consecuente con esta concepción a largo plazo utópica y la aplicó
valientemente desde el gobierno, superando las mil dificultades que le fabricaba
la oposición destituyente. Ése es otro de sus grandes méritos, demostrar que
desde el gobierno, si se tiene la voluntad de hacerlo, se pueden corporizar numerosas
luchas de la sociedad en múltiples mejoras: del nivel de vida, de los derechos
democráticos, etc. Una gran parte de la población se ha apropiado de esto
valores, los ha incorporado, los defenderá y tratará de ampliarlos de una y mil
maneras. Este es otro gran mérito de la gestión de Cristina. No es casual, y
muy merecido, el apoyo que recibe de más de la mitad de la población (esa
mayoría por distintas causas no se vio adecuadamente reflejada en las urnas).
Los límites que el kirchnerismo no ha podido
vencer son los de su propia concepción política: creer que bajo el capitalismo
se puede lograr un pleno “crecimiento con inclusión social”. Los verdaderos
socialistas estamos convencidos de lo contrario. Sin revolución social es
imposible derrotar al capital concentrado. Y la revolución social es en primer
lugar, una revolución democrática.
Para que estén dadas las condiciones objetivas
para la revolución social, una revolución democrática, obrera y socialista, se
necesita que la conciencia de la clase obrera y el pueblo en general se haya
elevado hasta un nivel de clara comprensión de su necesidad. Hoy estamos muy
lejos de eso, no por tiempo cronológico, sino porque deben producirse muchas experiencias
de masas acompañadas por adecuadas explicaciones que logren esa elevación de la
conciencia.
La necesidad actual es avanzar lo máximo posible
más allá de los límites de la democracia burguesa, hacia una democracia plena
de todo el pueblo. Sin avances significativos en este sentido es imposible
ofrecer serias resistencias al capital concentrado y es absolutamente incierto
poder ganar futuras elecciones.
Nos encontramos en una situación compleja y
contradictoria. Por un lado el pueblo sometido a un gobierno de ultraderecha
que usará contra él todo el aparato del estado y que intentará por todos los
medios anular las reformas logradas y retroceder aún más. Por otro lado, un
pueblo que ha elevado en forma notable pero relativa su conciencia, que sabe
que hay que defender las reformas, que sabe que su principal enemigo es el
capital concentrado internacional y que, al mismo tiempo, se encuentra de un
día para otro prácticamente sólo frente a un gobierno y un estado ferozmente
hostiles.
El pueblo necesita dirigentes y organización. Además
necesita superar la ideología de la conciliación de clases, necesita superar la
creencia de clase media de que se puede lograr la “justicia social” dentro del capitalismo, a pesar de la existencia del capital
concentrado. Necesita superar la creencia de que la democracia burguesa es toda
la democracia que puede existir.
En esta lucha es fundamental el protagonismo de la
clase obrera. Es necesario que el proletariado se incorpore a la lucha
política. Su acción es decisiva.
El kirchnerismo es el primer gran ejemplo histórico
de representantes de esa ideología de clase media que ha llegado al gobierno y
es consecuente desde allí con la misma. Que sea consecuente quiere decir que intenta el bienestar del pueblo conviviendo con el capitalismo, y por
consecuencia, conviviendo con el
capital concentrado, pero pretendiendo, utópicamente a largo plazo, que a pesar
de convivir con la existencia del
capital concentrado, se puede lograr el “crecimiento con inclusión social”.
En alguna medida es la hora del balance. Pero
también es la hora de organizar la resistencia.
Analizar en profundidad las causas de la derrota y
la necesidad de avanzar más allá de los límites de la democracia burguesa con
toda la amplitud y claridad necesarias, son cuestiones que llevarán mucho
tiempo.
Es la hora de la lucha defensiva contra el
macrismo, y el intento de transformar esa lucha de defensiva en ofensiva. Estas
luchas sólo pueden sobrellevarse eficazmente si se produce un avance
significativo en la conciencia de las masas, de la conciencia que tienen de la
naturaleza de la realidad, de cómo funciona el mundo, de la verdadera
naturaleza del macrismo, de los intereses que defienden cada uno de los
partidos burgueses, etc.
Hay un riesgo que es necesario evitar a toda
costa. La división de la unidad en la lucha. Sin esta unidad es imposible desarrollar
una resistencia efectiva. Cualquiera sea el contenido de las discusiones que se
realicen como balance de la derrota electoral, esta unidad de lucha no debe
alterarse por nada del mundo. Cualesquiera sean los errores de que pueda ser
responsable el kirchnerismo, no deben atentar contra esta unidad.
Todo verdadero socialista debe practicar la unidad
de acción con la inmensa masa kirchnerista, bienintencionada y genuinamente
combativa. Al mismo tiempo explicar la imposibilidad práctica de éxito mientras
no se tomen aunque más no sea algunas medidas de estatización del capital
concentrado, como se hizo con Aerolíneas e YPF, junto con la ampliación la
democracia más allá de los límites de estas
instituciones democrático burguesas, incluso más allá de los límites de toda democracia burguesa.
La unidad de acción no se limita a la amplia masa
de la población que sigue al kirchnerismo, se debe realizar con todo el pueblo,
y la clase obrera debe ser su protagonista fundamental.
Para un verdadero socialista, durante el gobierno
kirchnerista no se trataba de boicotear
los intentos reformistas, sino de ayudar de todas las maneras posibles para que
se concretaran exitosamente, y de esa manera comprobar a través de una
experiencia de masas la imposibilidad práctica de un pleno “crecimiento con inclusión social” sin realizar avances
democráticos más allá de los límites de la democracia burguesa.
Hoy es la misma lucha, más que ofensiva se ha
vuelto defensiva. El sentido de la unidad de acción es el mismo que durante el
gobierno saliente.
La resistencia es posible. La situación del
gobierno de Macri es inédita. Ganó por una ínfima diferencia de votos, sin
crisis económica, con una presidenta que se va ovacionada por cientos de miles
de manifestantes.
El plan económico de Macri es inmodificable porque
responde a las necesidades de los más grandes conglomerados empresarios
internacionales.
Resistiendo todas y cada una de las medidas que
ataquen al pueblo se puede demorar su aplicación, revelar ante los ojos de todo
el pueblo cuál es su verdadera política. Y de esta manera ir creando las
condiciones para que dentro de dos años se ganen las elecciones legislativas, y
cuando se cumplan los cuatro años se vuelva a lograr un gobierno que piense en
el pueblo, en el marco de un avance importante más allá de los límites actuales
de la democracia burguesa.
Carlos A. Larriera
13.12.2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario