domingo, 30 de junio de 2019

Las “masas”, insoportable enemigo histórico para la oligarquía terrateniente


Las “masas”, insoportable enemigo histórico para la oligarquía terrateniente



“De acuerdo al Diccionario de la lengua española, en su avance de la 23ª edición, la oligarquía tiene dos definiciones: forma de gobierno en la cual el poder político es ejercido por un grupo minoritario; y grupo reducido de personas que tiene poder e influencia en un determinado sector social, económico y político.”[1]

“A lo largo de la historia, las oligarquías han sido a menudo tiránicas, confiando en la obediencia pública o la opresión para existir. Aristóteles fue pionero en el uso del término como sinónimo de dominio por los ricos, para el cual otro término comúnmente utilizado hoy en día es la plutocracia.”[2][3]

En base a estas definiciones, si bien el término “oligarquía”, en el sentido que le dio Aristóteles, es el que abarca mejor su significado, es necesario subrayar que “las masas” como enemigo histórico es un sentimiento particularmente arraigado en la oligarquía terrateniente argentina.

En su libro El paraíso terrateniente, Milcíades Peña proporciona ya desde el título una definición adecuada de la clase terrateniente.

El territorio de la América Española primero, después el Virreinato del Río de la Plata, finalmente la República Argentina, perteneció desde el principio, de una manera u otra, a un reducido número de terratenientes.

Si se compara este inmenso territorio (limitémonos al de nuestro país) con la escasa población relativa, la denominación Paraíso terrateniente salta a primera vista.

Propietarios de una inmensa renta agraria[4], lo cual implicaba el acceso a una enorme cantidad de divisas, primero libras esterlinas y luego dólares, fundamentalmente, explotando a una población comparativamente escasa que no podía ofrecer mucha resistencia, y con la posibilidad de adquirir en Europa todo lo necesario para construir sus grandes cascos de estancia, y todos los productos necesarios en su época, evidentemente estaban en un paraíso.

El paulatino crecimiento de la población, debido no sólo a causas biológicas, sino a la inmigración, a la necesidad de mano de obra, entre otras causas, trajo consigo reclamos de derechos sociales con una fuerza creciente a medida que la población aumentaba.

La oligarquía no podía evitar este crecimiento, por más represión que ejerciera, porque de una manera u otra, para el campo, para la industria (por más pequeña que ésta fuera), para la administración del Estado, para las obras de infraestructura, para las guerras, etc., el trabajo humano era imprescindible, y aumentaba permanentemente.
La posición original de la oligarquía terrateniente, propietaria de inmensos territorios y obteniendo abultada cantidad de divisas en base a su renta agraria, prácticamente sin trabajar, ese paraíso siempre fue considerado su derecho y su propiedad, y fue permanentemente añorado a través del tiempo, reclamando en todos los tonos contra el “despojo” de sus derechos por la creciente población.

Se refleja adecuadamente esta ideología en el final de la famosa película Lo que el viento se llevó, ultrarreaccionaria y defensora de la producción terrateniente esclavista en EEUU, que cierra con la exclamación de la protagonista: ¡Tara! ¡Tara!, el nombre de la desaparecida mansión de su familia esclavista, prometiéndose a sí misma reconstruirla con todo su poder y todo el “paraíso de vida” que para ella significaba.

En el conflicto del campo en 2008,  a raíz de la implantación de las retenciones móviles, era usual escuchar en las movilizaciones “del campo” declaraciones en TV de miembros de las familias terratenientes tradicionales protestando airadamente: “¡¡nos están quitando lo que ES NUESTRO!!”, cómo si la renta agraria fuera fruto de su trabajo.[5]

Para poder disfrutar de la renta agraria hay que ser dueño de la tierra. Aquí nos encontramos con algunos aspectos fundamentales que tienen que ver con la propiedad de ésta.

En un sentido general la tierra sólo puede ser “propiedad” del conjunto de la humanidad. Si se lo piensa bien, no puede haber otro sentido. De lo contrario la generación anterior podría decirle a la siguiente: “esta tierra es mía, no hay para vos”. Es evidente el absurdo de esta posición. El único “derecho” alegado es haber “comprado” (los grandes latifundios son más producto de alguna forma de robo que de compra) antes la tierra. O sea que los que vienen después han perdido todo derecho. Y como siempre se producen nuevas generaciones, por una cuestión biológica, poco a poco la inmensa mayoría de la humanidad no tendría derecho a la tierra. Que es, digamos de paso, lo que está pasando.

Lo que sí hay derecho es al usufructo de la tierra, pero éste bajo determinadas condiciones, reduciendo el usufructo individual a medida que existen más personas en el mundo, y que se le extraiga a la tierra la potencialidad productiva que tiene, etc.

A largo plazo no podrá existir el derecho al usufructo individual tampoco, porque no habría tierra suficiente para repartir en una humanidad creciente. Deberían formarse cooperativas u otras organizaciones similares para explotación agropecuaria.

Hay una falsa ideología que dice que solamente se puede disfrutar del campo, tanto de sus paisajes, de sus bellezas naturales, como de su explotación, si se es propietario de ellos. Poco a poco debería salir a la luz que el disfrute no depende de la propiedad individual de la tierra.

El crecimiento colectivo de la humanidad exigirá cada vez más el aprovechamiento colectivo de la tierra.
Por otro lado, volviendo a la clase terrateniente, y en relación a su queja “nos roban lo que es nuestro”, ni siquiera sus campos se han originado en la compra de ellos. Son producto del saqueo, por lo general a costa de sangre, uno de cuyos capítulos más sangrientos y genocidas es el reparto de la tierra, después de la eufemísticamente llamada “Campaña del Desierto” de Roca, entre los miembros de la Sociedad Rural presidida en aquellos tiempos por un Martínez de Hoz.[6]

“Nos robaron lo que es nuestro” no se verifica, ni por la compra de las tierras, ni por el trabajo que se realiza en ellas, ya que la mayor parte de las ganancias es renta agraria.

El poder de la clase terrateniente ha condicionado todas las posibilidades de desarrollo industrial e inclusión social del país desde que éramos colonia de España.

Hoy en día, no solamente la producción agropecuaria es una combinación de la clase terrateniente tradicional con grandes capitales nacionales y extranjeros, sino que la exportación está en manos de empresas privadas extranjeras. A esto se suma la utilización de la subfacturación de exportaciones, que permite que la mayor parte de los dólares recibidos por ventas al exterior permanezcan en cuentas corrientes en bancos de los exportadores y terratenientes-grandes capitalistas en el extranjero. Como mínimo, los bancos y el Estado miran para el costado en esta subfacturación de exportaciones. También hay que tener en cuenta que gran parte de las divisas que ingresan, los grandes propietarios del campo y las empresas exportadoras extranjeras vuelven a enviarlas al exterior, para lo cual los bancos operan como “autopista de la fuga de divisas”.[7]

En la discusión política y económica el problema de la clase terrateniente ha desparecido. No figura en ningún programa la reforma agraria. Han sabido pasar desapercibidos para gran parte de la población, a través del último siglo, lo cual es una gran victoria para ellos.[8]

A pesar de este enorme poder económico y financiero, sienten como una maldición y una injusticia, como una restricción a su viejo paraíso terrateniente, el paulatino aumento de la población, que no han podido ni pueden parar, y que trae aparejada la lucha por los derechos democráticos, sociales y económicos de la ciudadanía. El ocultamiento de su rol determinante en la economía y la política del país ha sido una de las formas elegidas para preservar sus privilegios.   

En gran medida el originario paraíso terrateniente sigue existiendo, ocultado a la opinión pública con eufemismos como “el campo” durante el conflicto del 2008, ya que bajo esa denominación se incluyen terratenientes, propietarios medianos y pequeños productores cuyos intereses son muy diferentes.

La oligarquía terrateniente siempre luchó contra la “invasión” del pueblo a su paraíso. Los golpes militares contaban habitualmente con su participación, pero tarde o temprano la población volvía a recuperarse y aumentar su crecimiento demográfico. La actual ofensiva contra el pueblo tiene muchas coincidencias con esa política histórica de la clase terrateniente. Hasta dónde podrá llegar y cuán eficaz será la resistencia del pueblo tiene un diagnóstico incierto.

A pesar de toda su resistencia, el “paraíso terrateniente” con su enorme poder, ya no está solo. Hasta ahora, y al menos hasta cierto punto, se ha visto obligado a “soportar” los derechos económicos y políticos de una creciente población, con nostalgia por los tiempos  pasados en los que disfrutaban de la propiedad de sus campos en un país en buena medida desierto si se relaciona la cantidad de población con la extensión de nuestro territorio.

Carlos A. Larriera
30.6.2019




[2] Ídem
[3] “Lo que diferencia la democracia y la oligarquía entre sí es la pobreza y la riqueza. Y necesariamente cuando ejercen el poder en virtud de la riqueza ya sean pocos o muchos, es una oligarquía, y cuando lo ejercen los pobres, es una democracia.” Aristóteles, Política, págs. 173/174, Editorial Gredos, 1988.

[4] ¿Qué es la renta agraria? Es un ingreso que “proviene” del “trabajo” de la tierra y no del trabajo humano. Y el concepto de ganancia se refiere a un producto del trabajo humano, Carlos A. Larriera, Renta Agraria y retenciones, suplemento CASH, Página 12, domingo 8.8.2010.

[5] Ídem.
Domingo 12 de septiembre de 2010, Cine, Awka Liwen, Un notable documental dirigido por Mariano Aiello y Kristina Hille, Voces para una historia de exterminio, La voz de Osvaldo Bayer es el apropiado hilo conductor en un film que no se limita a las “cabezas parlantes” para analizar el plan que eliminó a los indígenas para quedarse con sus tierras, Por Oscar Ranzani
[7] Ver Informe Final Comisión Especial de la Cámara de Diputados, Fuga de Divisas en la Argentina, Ediciones FLACSO y Siglo XXI editores Argentina, en especial pág. 44.
[8] “Este ha sido un gran triunfo cultural de la oligarquía, que logró ocultar el tamaño desmesurado de sus latifundios, mimetizándose con los pequeños productores. Así, todavía hoy se ve a grandes terratenientes simulando ser humildes labriegos que transpiran la gota gorda del trabajo rural cotidiano.” Pedro Peretti, Mempo Giardinelli, La Argentina Agropecuaria, Propuestas para una agricultura nacional y popular de rostro humano, prólogo de Adrián Paenza. Ediciones Contexto, agosto 2018. Págs. 13/14.




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